Todo
hombre de ciencia que pretenda colaborar con sus luces al saber general de la
humanidad, tiene que convertirse en escritor. Éste es el único camino mediante
el cual saldrá de si mismo y proyectará sus conocimientos sobre generaciones
venideras tras pasando los límites del lugar y del tiempo.
El
libro es, hasta ahora, el vehículo más adecuado para esta proyección. De
material aparentemente débil, tiene una resistencia extraordinaria que le
permite sobrevivir y ser leído centenas de años después de haber sido escrito y
editado. Nada de lo que se escribe pasa inadvertido para los demás; lo escrito
perdura para siempre: de ahí su importancia.
Quienes
escriben libros o trabajos científicos coinciden, por lo general, en que una
obra escrita es el resultado de un largo proceso de trabajo racional y lógico
que eslabona cada uno de los pasos de un proceso natural hacia una conclusión
lógica también. Pero. A pesar de esta lógica, aún en los libros más científicos
y donde el autor trata de presentarse con la mayor imparcialidad, hay una circunstancia
muy especial que no permitiría que la misma persona, con los mismos materiales,
lo volviera a escribir. Esa circunstancia es el propio autor, en quien se
conjuga una diversidad de factores circunstanciales, personales, que hacen del
libro el resultado de un cierto momento de su vida. No es de extrañar que
cuando un autor toma su propio libro, si es honesto consigo mismo, rara vez
está conforme con él, y siente la angustia de no poderlo cambiar, por lo menos
en alguna de sus partes. Ahí está la relación que hay entre cada hombre y cada
momento de su vida y, también, entre cada uno de esos momentos y la
circunstancia del individuo con sus obras.
La
investigación, en lo que atañe a recoger material, ampliar conocimientos o
profundizarlos, ordenarlos, sintetizarlos y analizarlos, no es otra cosa que el
esfuerzo, hasta cierto punto mecánico, de preparar la mente para ese momento en
que ayuda por circunstancias especiales subjetivas, y no mecánicas, puede
reaccionar ante el material para deducir correctamente de su análisis. Por eso
no todos los momentos son buenos para escribir sobre una materia investigada,
ni tampoco se puede producir a destajo un buen manuscrito.
La
parte subjetiva, de la que ya empezamos a hablar, es muy delicada tratándose de
libros científicos. En el caso del escritor de manuscritos creativos o
imaginativos, la situación es totalmente diferente, pues el autor puede hacer o
deshacer según su gusto. Pero el escritor científico debe mantenerse dentro de
los límites de los hechos científicos , los cuales no puede alterar, y entre
ellos su inteligencia averiguará lo que puede deducir. Su personalidad tendrá
que reflejarse a través del tema escogido, esto es, en el material empleado, en
la forma de hacer su selección y ordenación, en la manera de analizarlo y en el
modo de hacer sus deducciones según su capacidad y su cultura. El libro ideal
de investigación resulta el trabajo personal que combina el material de trabajo
y la subjetividad del autor, en la cual éste pone de su parte inteligencia y
cultura, además del significado que para él tiene el momento especial en que se
pone a escribir.
De
acuerdo con lo que antecede, es natural que, mientras más cuidadoso y
meticuloso sea el autor al aplicar su método de trabajo, en mejor disposición estará
para lograr las finalidades lógicas del mismo. La solides y el rigor no debén
estar reñidos con la forma agradable y literaria, o con la claridad y la
sencillez de la expresión. Los trabajos de investigación deben tener tales
virtudes de estudio que el lector pueda captar con toda precisión y nitidez el
pensamiento y los matices que el investigador percibió durante su estudio y en
sus conclusiones. Ésta es la parte más humana de la investigación, pues la
sensibilidad del individuo se convierte en un factor importantísimo.
Además
el rigor en el método y de la claridad de la exposición, el investigador
científico cuida, de manera especial, el equilibrio que guarda su mente ante el
material. Éste es observado con toda honestidad y sin prejuicios. Los temas
concretos surgirán de manera natural de la investigación misma. El autor debe
partir de un campo general hasta encontrar el tema específico de su
preferencia, que será convertido en el objeto de estudio.
Así
pues, el tema de investigación, propiamente dicho, al no ser prejuzgado, surge
de las lecturas y del conocimiento íntimo que de
sus circunstancias propias tiene el autor, cuando éste logra captar
plenamente su significado y su objetivo.
El
interés personal y el lazo que existen entre el autor y cierto tema no pueden
hacerse a un lado, si la relación entre el autor y su tema no existe, tampoco
habrá placer en el trabajo, el cual será abandonado por aburrimiento al poco
tiempo de comenzar. Resultando muy difícil que un autor, pro preparado que se
halle, emprenda investigaciones sobre campos que le sean totalmente extraños.
Hay que
tener en cuenta todo esto, porque, empezada una investigación, el individuo se
verá ligado a ella durante largo tiempo. Por lo general la tesis profesional
suele introducir al investigador en un campo que, de manera natural, se
prolonga después de haberla terminado.
Todo el
que se inicia debe ser asesorado por un profesor consejero que le ayude en sus
reflexiones y, luego, en cada uno de los pasos subsiguientes. Con frecuencia el
alumno se desalienta o se despista, y sólo una persona experta puede mantener
su interés y ayudarle a salvar las dificultades que encuentra a su paso. El
consejero debe conocer al alumno y también el respectivo campo de estudio. Es
importante que ambos puedan trabajar dentro de un entendimiento y respeto
mutuos, pues , en cierta forma, el uno va a complementar al otro. No se trata
de que el asesor absorba la responsabilidad, si no de que encamine las cosas de
tal manera que el alumno tropiece con las soluciones, a veces sin notar el
papel que tuvo en ello el consejero.
Consejero
y alumno entablan un dialogo amable y amistoso, para que el primero pueda darse
cuenta de la preparación y de los verdaderos intereses del segundo. Des ese
diálogo depende, en gran parte, que los dos puedan rendir todo lo necesario en
el proceso del trabajo.
Éste,
teóricamente debe dividirse en tres partes importantes que forman la estructura
de la tarea, y cada una de las cuales ha de resolverse de una manera
especifica:
1.
- La aproximación al tema y el planteamiento del problema
general.
2.
-La exposición crítica del material, que puede ser
documental o bibliográfico
3.
-La síntesis y la conclusión que sobre el problema
planteado se obtiene después de analizar el material.
BBIBLIOGRAFÍA
Bosch
G., Carlos. “El valor de la investigación”. En: La técnica de la investigación
documental. 11ª edición. Editorial trillas. 1987. Capitulo 1 páginas 5-9
Publicado
por: González Hernández Ernesto
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